sábado, 23 de junio de 2012

Una columna sin Calumnias. La reforma a la justicia y el cinismo sin límite

La selva llena de esos especímenes de la abundante fauna corruptil colombiana llamados "micos" en que terminó convertida la tan publicitada Reforma a la Justicia es un fruto más de la magnífica labor de nuestros "honorables congresistas", los mismos a quienes no les alcanza el sueldo para la gasolina y creen que pueden conducir pasados de copas porque las normas no son para ellos.

Lo más seguro es que en unos pocos días este escándalo sea olvidado al ser reemplazado por otro, siempre ha sido así en este país cuyos habitantes parecemos padecer de una deficiencia de memoria a largo plazo, por eso dejo encrustada esta emisión de Noticias Caracol de las 11:40 p.m. del viernes 22 de junio de 2012, para asegurarme de recordar los nombres de estos "padres" de una patria que debería preferir estar huérfana a tenerlos creando y reformando leyes que solo los favorecen a ellos.

Especialmente, quiero recordar al senador Eduardo Enríquez Maya, de quien transcribo estas palabras que quedaron registradas en el minuto 13 de este noticiero: "¿Usted sabe si en alguna parte del mundo han hecho una reforma en contra para los congresistas?...¡Por Favor!...Yo creo que es bueno aterrizar y pensar en otros problemas gravísimos que tiene el país".

Bien, le haré caso a este HPP (Honorable Padre de la Patria, no crean que ando por ahí escribiendo o insinuando palabrotas) que me ha confirmado que el cinismo no tiene límite... aterrizaré para pensar ¿Cuáles pueden ser esos problemas gravísimos que tiene nuestro país?...por ahora se me ocurren dos: que tenemos muchos congresistas convencidos de que están ahí no para crear las leyes, sino para crear las trampas que van a incluir en cada una de esas leyes, y que como ciudadanos aún no hemos aprendido a usar bien el poder del voto para elegir políticos por vocación que crean que su principal deber como legisladores es ir a buscar el bienestar de todos los colombianos, y no políticos de profesión que solo buscan su propio beneficio y el de uno que otro amigo por conveniencia.

La solución del primer problema pasa inevitablemente por la del segundo, mientras cada cuatro años ganen cupo en el congreso aquellos que consiguen (debería decir compran) votos ofreciendo a cambio materiales para construir casas, unas cervezas, lechona, tamales, empanadas o promesas de un trabajo estable con el "Doctor", seguiremos viendo escándalos de este tipo cada cierto tiempo, con micos cada vez más grandes, de pronto de tamaño King Kong. 

Si quienes venden sus votos no están dispuestos a dejar de hacerlo excusados en la pobreza, en que la necesidad tiene cara de perro, y en que tocó votar por ese porque es mejor malo conocido y al menos en campaña da algo, entonces nadie podrá quejarse. Simplemente seguiremos teniendo los congresistas que nos merecemos por darle tan mal uso a la palabra democracia.